Jelou!
En vivo
A sus 55 años, el actor australiano Simon Baker dejó de lado los focos de la industria estadounidense y emprendió un viaje introspectivo que lo llevó a reconciliarse con su identidad, su país y su sensibilidad artística. “Siempre sentí que podía ofrecer más. Como persona, tenía muchísimo más por compartir”, confesó en una entrevista con Esquire, dejando claro que su mejor versión no estaba en los sets de Los Ángeles, sino entre las olas, el pasto recién cortado y los personajes que realmente le hablan al alma.
Conocido mundialmente por The Mentalist, Baker nunca se sintió cómodo con el disfraz de celebridad. “Hay gente que es muy buena en eso: actores que son excelentes en ser famosos. Es un tipo de actuación y no pude hacerla”, afirmó con sinceridad. Su decisión de abandonar la meca del cine en 2016 fue más que un cambio de residencia: fue una ruptura deliberada con el artificio. “Cuando vivía en Estados Unidos, siempre me preguntaban qué era lo que más extrañaba, y la respuesta siempre era la misma: el olor del mar, una mañana lluviosa de marzo”.
De regreso en Australia, lejos del brillo y las alfombras rojas, encontró su lugar: papeles más honestos, una vida más simple y un compromiso activo con causas como el cambio climático, a través de “Surfers for Climate”. También volvió a sentir entusiasmo por actuar. “Sentía que tenía que ponerme en hielo por un tiempo. No hacer nada durante un rato, porque si quería tener longevidad en mi carrera, tenía que resetearme”.
Te puede interesar: Sumergible del Titanic: Revelan video del momento exacto de la implosión
Te puede interesar: Paquita la del Barrio dejó deuda millonaria y un testamento incompleto, según su mánager
Ese “reset” emocional y creativo coincidió con una etapa difícil a nivel personal: la separación de su esposa, la actriz Rebecca Rigg, tras 29 años de relación. “Durante la pandemia, mi matrimonio se rompió. Eso no era algo que hubiera esperado en mi vida. Y fue como una reconfiguración total de quién soy”, relató. Esa pérdida lo obligó a mirar hacia adentro y reconectarse con lo esencial. “Tu relación con vos mismo tiene que empezar de nuevo. Y eso coincidió con decisiones creativas muy personales. Empecé a enamorarme otra vez de actuar”.
Uno de los resultados más significativos de esa transformación es The Narrow Road to the Deep North, la miniserie basada en la novela de Richard Flanagan. Allí interpreta a Keith Mulvaney, un personaje tan humano como complejo: dueño de un bar, optimista, vulnerable. “Es la masculinidad de la que no se habla. Esa que es fuerte, pero también sensible e insegura. Me siento obligado a mostrar ese lado porque suele quedar afuera”, explicó Baker. Para él, actuar ya no se trata de encajar en moldes, sino de romperlos.
Curiosamente, una de sus películas más populares es también una de las que más evita: El diablo viste a la moda. No por su rol, ni por el guion, sino por un comentario aparentemente trivial que caló hondo. “¿Querés saber por qué nunca vi El diablo viste a la moda? La esposa de un amigo me dijo: ‘¿Qué carajo pasa con tus cejas en esa película?’”, recordó entre risas. “Soy absurdamente vulnerable y vanidoso a la vez. Me dijo que mis cejas estaban haciendo su propio show. Y ahí pensé: no necesito ver esa película”. Detrás de la broma, queda clara la hipersensibilidad que siempre ha sido parte de su identidad artística.
Esa misma sensibilidad lo llevó a dirigir su primer largometraje, Breath, inspirado en la novela de Tim Winton. “Había algo en esa historia, en esos chicos del surf, que me recordó mucho a mi juventud”, explicó. Aunque inicialmente buscaba un director, fue su colega Garth Davis quien lo impulsó a tomar el mando: “Me dijo: ‘Simon, ¿no pensaste que deberías dirigir esto? Hablas como un director’”. La película fue un éxito: ganó el premio al Mejor Actor de Reparto en los AACTA y el de Mejor Dirección en los Australian Directors Guild Awards.
Hoy, Baker vive sin prisa, sin máscaras y sin la necesidad de gustarle a todo el mundo. Su carrera no se mide en taquillas, sino en autenticidad. Y aunque no descarta volver a dirigir, su brújula interna apunta a una sola dirección: “Si vale la pena, lo haré. Pero si no me toca algo adentro, prefiero seguir cortando el pasto”.
En un mundo donde muchos artistas buscan eternamente un reflector, Simon Baker eligió la sombra de una mañana australiana y el murmullo del mar. Y ahí, por fin, se encontró.